Siempre se ha hablado de que existen dos Europas dentro de la UE, la Europa de las dos velocidades.
En realidad, y como pone de manifiesto el acelerado y cambiante contexto internacional, existen sólo una velocidad para Europa: excesivamente lenta.
En un mundo en constante cambio, que pone obstáculos y oportunidades por igual en el camino de individuos, naciones, empresas e instituciones, los cambios se están produciendo a una velocidad pasmosa. En cuestión de años, una nación como china se torna en el tercer país más poderoso económicamente del mundo, al tiempo que lanza astronautas (
taikonautas) superando a la Unión Europea.
Estados Unidos lanza una doctrina unilateral de su visión del mundo, para adaptarla a las reacciones en menos de dos años, mientras que Europa en ese tiempo no ha conseguido desbloquear el debate de su Constitución. Antes de darnos cuenta, mientras aquí debatimos por fronteras, independencias vanas y fatuas, y estatutos, llevando la política a un estancamiento nada práctico, los USA anuncian una nueva doctrina espacial destinada a acaparar los recursos del espacio para ellos, y negárselos a sus rivales.
Corea del Norte posee armas nucleares, e Irán está en camino de tenerlas. Rusia amenaza por segundo año consecutivo a sus ex repúblicas con cortes que afectarán a Europa, y mientras un movimiento político antioccidental se levanta en los países islámicos y en Latinoamérica.
El Cambio Climático ya sólo es negado por las empresas que serían perjudicadas por las soluciones que deberían impulsarse para paliarlo, y por los científicos a sueldo de ellas. La extinción de especies es mil veces más rápida que el ritmo natural, y Alaska, el Ártico, Groenlandia, el Amazonas y la Antártida se encuentran en grave peligro de desaparecer, con las irremisibles consecuencias que tendría.
Y mientras, en Europa sigue enfangada en diálogos, debates, burocracias, directivas y políticas de varios niveles.
Yo siempre he visto a Europa como un faro en el mundo. Un territorio de razón, pero también de sentimiento, un lugar de progreso, pero también de respeto ambiental, una fuente de innovación, pero con un profundo sentido de la Historia, con mayúscula.
Y así sigue siendo.
Pero si queremos que siga así, debemos mirar al futuro, no sólo centrarnos en el presente, y darnos cuenta de los terribles desafíos, y las magníficas oportunidades que nos surgen al paso.
Los modelos anteriores, que garantizaron el Estado del Bienestar, el mayor tesoro de los europeos, no sirven para sostenerlo, y mucho menos para ampliarlo, como es nuestra obligación igual que hicieron nuestros padres.
El mundo está cambiando a tal velocidad que las políticas de integración que hemos seguido hasta ahora, las economías de escala derivadas de ella, ya no garantizan prosperidad económica. La seguridad jurídica y legal, que atrae inversión y crecimiento, se ve entorpecida por directivas onerosas de cumplir, lo que se une al grave problema que la industria está encontrando en la deslocalización.
Aferrarnos a una agricultura proteccionista, cerrar fronteras, fomentar únicamente la construcción, conllevarán en breve una pérdida de competitividad que pondrán en peligro el Estado del Bienestar.
El Estado, los estados europeos, las instituciones nacionales, comunitarias y locales, deben recoger el guante, y preparar a Europa para poder aprovechar las oportunidades y sortear los obstáculos que el mundo ponga en el camino de este “Nuevo estado” que estamos construyendo.
Y debemos hacerlo de varias formas.
Respetando lo que somos, y lo que fuimos, pero sabiendo lo que queremos ser.
Colaborando con nuestros aliados, y tendiendo la mano a quienes no se consideran como tales, pero que, en el fondo, persiguen los mismos fines que nosotros. La erradicación de la pobreza, la estabilidad mundial, el plurilateralismo y el “fin de todos los miedos”.
Debemos comprender, cada uno de nosotros como europeos, y como ciudadanos del mundo, que para mejorar este mundo debemos mejorar nuestra propia casa. No podemos ayudar a los demás si no podemos ayudarnos a nosotros.
¿Se imaginan qué pasaría si de verdad Europa fuese la primera potencia mundial, y enfocase su riqueza, sus conocimientos y sus esfuerzos a crear una verdadera Paz Mundial? ¿Sería posible ver una Pax Europea que se extendiese en todas las áreas de influencia de la UE, basada en la cooperación, la igualdad, el crecimiento, el respeto cultura y medioambiental?
Para ser esa potencia, o una de ellas (no olvidemos que n estamos quedando atrás y europa cada vez tiene menos que decir en el contexto internacional), debemos tener claro cómo conseguirlo. Ese camino no pasa por proteger la agricultura, ni por la minería, ni siquiera por la industria.
Si debemos asegurar la creación de riqueza, el auge de una influencia benigna y bien entendida en el mundo, y programas de erradicación de la pobreza y de corrección de los problemas que causará el Cambio climático, debemos hacerlo creando una economía y unos estados modernos, ágiles y preparados.
Apostando por economías basadas en el conocimiento, en la innovación y la ciencia, no en mano de obra barata, ni en energías fósiles (a pesar de las presiones de la industria petrolera y energética, y de la enorme inercia que llevamos).
Porque no nos engañemos, si existe una fuente de riqueza que va a cambiar el mundo, y puede salvarlo (o destruirlo) es la ciencia y la tecnología.
Ya no se puede hablar de una vuelta a lo básico, a lo natural, sin mirar a los dos o tres mil millones de personas que en China, India y otros países emergentes, que quieren eso mismo que tenemos nosotros, con todo el derecho del mundo. La incorporación de tres mil millones de consumidores a los circuitos de comercio, consumo y producción mundiales terminará por destruir nuestro planeta, pero antes, dejará a Europa fuera de juego a menos que nos preparemos para estar a la altura.
Relegar nuestro papel a un mercado interior es imposible, reducir nuestra influencia exterior es un suicidio. El Estdo debe modernizarse para, sin perder su poder, favorecer los cambios industriales, innovadores, científicos y medioambientales que marquen un camino para Europa.
Y eso pasa por hacer las cosas con mayor rapidez, con más seguridad de procesos clave, aprovechando el ingente capital humano y tecnológico que poseemos, así como los recursos que hemos ido acumulando durante años, y que, de seguir consumiendo como lo hacemos ahora, se agotarán, como se agoto la riqueza y el poder de Roma.
Europa es buena en telecomunicaciones, en industria aeroespacial, en física y química, pero debemos abrir las puertas a nuevas ciencias al tiempo que reforzamos aquellas en los que somos líderes o estamos en cabeza.
¿Podemos permitirnos perder el tren de la nanotecnología, de la biotecnología, de la inteligencia artificial, de la robótica, de las energías renovables?
Contestad una sola vez que sí podemos darnos ese lujo, y estaremos poniendo un calvo en el ataúd del Estado del Bienestar.
No se trata de ser los mejores en todo, ojalá, pero sí se trata de ser buenos en cada área, y descubrir donde somos los mejores, encontrar nuestras ventajas competitivas como naciones, como área económica y como Estado supranacional. Y desarrollarlas.
Repito, recalco más bien, que eso pasa por empezar desde hoy mismo (y ya llegamos tarde) a potenciar la rapidez en la toma de decisiones, a desarrollar nuestros centros científicos, a mejorar la innovación de nuestras universidades y empresas, a garantizar el buen término de nuestros proyectos comunes, y a mirar nuevos horizontes científicos, económicos y sociales que abran las puertas que Europa sea lo que tiene que ser.
Un punto de referencia mundial que no pueda ser dejado de lado a la hora de construir un mundo más justo, más sostenible y más rico.